El Dios Pan
Aquí encontramos al gran dios Pan, que los griegos adoraban como el Gran Todo. Según la mitología, Hermes engendró a Pan con la ninfa Dryope. El niño era tan horroroso al nacer -con cuernos, barba, rabo y patas de cabra- que su madre se marchó aterrorizada, y Hermes se lo llevó al Olimpo para diversión de los dioses. Pan frecuentaba los bosques y pastos de Arcadia y personificaba el espíritu fértil y fálico de la naturaleza salvaje y bravía. Pero en ocasiones también sabía ser amable con los hombres guardando rebaños, manadas y colmenas. Tomaba parte en las juergas de las ninfas del bosque y ayudaba a los cazadores a encontrar su presa. En una ocasión persiguió a la casta ninfa Siringa hasta el río Ladon, donde ella se transformó en un junco para escapar a sus desagradables e hirsutos abrazos. Allí, puesto que no podía distinguirla de los demás juncos, cortó unos cuantos al azar, e hizo con ellos una flauta, la flauta de Pan.
Del nombre de Pan deriva la palabra "pánico", porque él se divertía dando sustos de repente al viajero solitario. Era despreciado por los otros dioses, aunque se aprovechaban de sus poderes. Apolo, el dios-sol, consiguió de él el arte de la profecía por medio de halagos, y Hermes recogió una flauta que él había dejado abandonada, la reivindicó como si fuera su propio invento, y se la vendió a Apolo. Por eso el brillante dios-sol recibió su música y su profecía de forma ilícita del macho cabrío, el horrible y bravío dios de la naturaleza.
A nivel interno, Pan, El Diablo, es una imagen de la servidumbre al aspecto más crudo e instintivo de la naturaleza humana. Como el dios era adorado en cuevas y grutas, rodeado de miedo, su imagen en nosotros sugiere algo que a la vez nos da miedo y nos fascina -los brutales, cabrunos e incivilizados impulsos sexuales que experimentamos como algo malo, a causa de su naturaleza compulsiva-. A partir del comienzo de la era Cristiana, el dios Pan ha sido asignado a la figura del diablo, con su mueca maligna y sus cuernos de cabra, y es despreciado por la gente "espiritual", así como una vez le despreció Apolo en la mitología Griega. El historiador Plutarco relata cómo, durante el reinado del emperador Tiberio, un marinero que navegaba cerca de las islas Equinades escuchó una voz misteriosa que lo llamó tres veces, diciendo: "cuando llegues a Palodes proclama que el dios Pan ha muerto". Esto sucedió al tiempo que el Cristianismo nacía en Judea. Pero la presencia de esta carta entre los Arcanos Mayores del Tarot sugiere que Pan no ha muerto. Lo que pasa es que ha sido relegado a los escondites más bajos del subconsciente, y que representa aquello que nosotros tememos, aborrecemos y despreciamos en nosotros mismos, y que incluso nos esclaviza a través de nuestro mismo miedo y de nuestra misma repugnancia.
El problema de la vergüenza respecto al cuerpo y a los impulsos sexuales, sobre todo esos impulsos que el psicoanálisis ha sacado tanto a la luz en este siglo -las fantasías incestuosas, la atracción hacia las funciones corporales y las excreciones, la sensación de que se trata de algo sucio y perverso, cabruno e hirsuto, horroroso e inferior- es el problema que personifica a Pan. Incluso el hombre y la mujer más "liberados" sexualmente pueden liberar esta secreta vergüenza respecto al cuerpo. Podemos hallar algo noble y romántico en el león rabioso de la carta de la Fuerza, o en los caballos testarudos del Carro. Pero es más difícil percibir la nobleza en Pan. No obstante en la mitología él no era malo, simplemente era bravío, amoral y natural. Es el estancamiento de los humanos que están sometidos al terror y a la fascinación lo que crea el problema. La carta del Diablo significa bloqueos e inhibiciones, generalmente de tipo sexual, que surgen de nuestra incapacidad de entender a Pan. Es verdad que es horroroso, pero es el Gran Todo: la vida brutal del propio cuerpo, amoral y crudo, pero no por eso es menos dios. La energía que gastamos manteniendo al Diablo en su cueva, avergozado y escondido, es una energía perdida para la personalidad, pero que puede ser rescatada con un resultado inmensamente poderoso si queremos mirar a Pan a la cara. Por eso el Loco tiene que aprender a enfrentarse con los aspectos más bajos y más vergonzosos de sí mismo, o será siempre esclavo de su propio miedo. Entonces, para ocultar su secreto vergonzoso, puede querer ser superior y proyectar su propia bestialidad en otros, arrastrándolos al prejuicio, a la intolerancia e incluso a la persecución de individuos y razas que le parecen "malas".
Pan, El Diablo, sugiere la necesidad de afrontar todo lo que tenemos de sombrío, vergonzoso y bajo en nuestra personalidad. El Loco debe liberarse alcanzando el conocimiento y la aceptación honrada y humilde de Pan, entonces podrá rescatar el poder creativo que está encadenado por su propio pánico y asco de sí mismo. Así llegará al centro del laberinto y mirará a la cara su propia oscuridad en la substancial oscuridad de su cuerpo, para llegar a ser lo que siempre ha sido: puramente natural.
